Una vacuna llamada Medellín

UNA VACUNA LLAMADA MEDELLIN

Luis Pérez

La ciudad tiene una violencia invisible que se expande sin límites: La vacuna extorsiva. Es un problema que todos ocultan como si fuera una enfermedad maldita. La vacuna extorsiva ha creado una realidad cruel, invisible, y es un cáncer social que alimenta en silencio la violencia y engorda a los ilegales.

En Medellín las vacunas se propagan como el viento. El miedo colectivo hace invisible una jugosa economía ilegal que aceita el crimen y violenta la institucionalidad.

Según Semana, y según todo el mundo, los Transportadores de la ciudad están vacunados. 176 rutas pagan con discreción por cada bus cerca de $30.000 diarios. Cada mes son más de $2.000 millones y al año más de $25.000 millones, en efectivo.   

En el Centro de Medellín, las vacunas son un exquisito negocio que silenciosamente se chupa ganancias de comerciantes, pobres y ricos.

Los vendedores ambulantes pagan vacunas para permanecer en el espacio público.

Los semáforos de la ciudad no solo sirven para controlar el tránsito, en cada uno de ellos se mueve una misteriosa economía. Cada semáforo tiene dueño. Los que se ganan la vida en semáforos pagan su vacuna o los destierran. La vacuna se calcula según el punto y la congestión. Cada semáforo tiene su propio conflicto. Hay personas que se matan por un semáforo.

Las esquinas de alto tráfico también tienen dueños, y los que ahí se instalen para vender o comprar o alquilar, tienen su vacuna.

A travestis del Centro, ilegales les cobran vacunas semanales y si no pagan los someten a violaciones. Es decir, la vacuna travesti se paga en efectivo o en especie sexual. (Denuncia Personería)

En la Comuna trece, el IPC dice que el comercio barrial no se salva de la vacuna. Tiendas, panaderías, carnicerías, legumbrerías, peluquerías, talleres y almacenes de ropa pagan cuotas variables, desde 5.000 hasta 50.000 pesos semanales, de acuerdo con sus negocios. Hay vacunas en especie: “Llegan a las tiendas, consumen lo que les da la gana y se van sin pagar”, dice un comerciante. Los habitantes también están amarrados a las “vacunas”. Cada semana pasan varios jóvenes cobrando entre $2.000 y $5.000.

Y así la vacuna se extiende a los barrios populares. El comercio en barrios populares paga su vacuna, el que se niegue, lo amenazan con llenarlo de petardos. (El Espectador).

Hay también vacunas para permitir a empresarios distribuir sus productos en zonas periféricas de Medellín. (El Tiempo).

En bahías para taxis no pueden parquear todos los taxis, solo los que pagan vacunas, los demás, en silencio siguen derecho.

Los jibaros que abundan en las escuelas de la ciudad pagan vacunas o mueren o son expulsados de su territorio.

Resulta paradójico: En teoría se acabaron los paramilitares pero no se acabaron las vacunas.

Las vacunas extorsivas son empresas. La misma policía asegura que 140 combos se disputan las empresas de vacunas. Las vacunas varían con el mercado. Se actualizan con la inflación o se aumentan si al vacunado se le ve prosperidad.

El dinero de las vacunas es plata del diablo que engorda la violencia y empieza a generalizar una cultura de ilegalidad que carcome en silencio a la ciudad. Detrás de ese velo que oculta las vacunas, se esconde el sufrimiento  de los vacunados y las guerras internas entre quienes se disputan esa jugosa economía ilegal de las vacunas.

Las vacunas son una realidad invisible que hay que destapar para erradicarla. Ciudadanos y gobernantes necesitamos unirnos para devolver la cultura de la legalidad a la sociedad y erradicar los ejércitos ilegales que gobiernan a su gusto imponiendo por la fuerza el impuesto extorsivo de la vacuna.